Necesito SilencioRuido de iluminados, gritan desde sus hogueras
que trae el fin del mundo la luz de la diferencia.
Ruido de inquisidores, nos hablan de libertades
agrietando con sus gritos su barniz de tolerantes."
(Ismael Serrano: "Si se callase el ruido")
Se presenta esta propuesta desde la estética del video experimental, se pretende recrear los paisajes mentales del personaje, darle una forma, una imagen, a las paranoias, temores o episodios psicóticos, suele no gustar, básicamente esa la idea, difícilmente guste a muchos, aquello que arrastramos, menos a nosotros mismos, pero pretende forzar al espectador a introspecciones profundas a través de elementos multisensoriales, como el alto contraste y musicalización densa, cíclica, loop de palabras que atormenten como un mantra maldito, buscando forzar episodios especulares: (sic)…” me hace reflexionar, me hace autoevaluarme, pensar en muchas cosas que he vivido y sé que seguiré viviendo... es lo que lo hace interesante, encontrar en él un pedazo de uno mismo...”
Con éste género suelen producirse reacciones contradictorias: (sic) “…dan ganas de dejar de verlo, de sentir que es desagradable, por morboso que suene: es mi favorito”
La génesis de este proyecto proviene desde la muerte violenta de la hermana de una gran amiga, decidió quitarse la vida, a los veinticuatro años, en el mejor momento académico y profesional de su vida, en medio de una familia funcional, un evento en absoluto esperado por nadie de su entorno.
Esta amiga me solicita que realice algo que haga reaccionar a otros que están en su situación, a fin de, según sus creencias, ayudar a otros y revertir el mal karma del espíritu de su fallecida hermana, generado por tan repentina decisión.
Por tanto, este corto específicamente fue dirigido a los considerados ”potencialmente suicidas” esas personas con un determinado nivel de “tormento”, con el fin de intentar que no viesen esto como una salida, sin caer en el lugar común: "El suicidio es malo, no lo practiques", de haber sido planteado como una campaña más, creo que entonces, no hubiese ayudado mucho, por eso, apoyado por profesionales de la psiquiatría, testimonios escritos de fallecidos y "sobrevivientes" del suicidio, así, entre todos, pretendimos recrear los espacios internos de esas personas, el panorama de ruido multisensorial, cuya solución se sintetiza en el título de la propuesta. Pretende, valga la osadía, detener a esos seres atormentados, pero en buena parte inocentes al fin, en esa terrible espiral previa a la decisión de dejar de vivir, a través de esta experiencia la idea era esa, "impresionarlos", dejarles algo que llevarse, una impronta.
La investigación
Para esta pieza, aparte de las entrevistas arriba mencionadas, busqué información por Internet. Previo al suicidio, el sujeto a menudo presenta algunos de estos episodios: depresión, pérdida de apetito y de peso, baja autoestima, desinterés, apatía, desesperanza, psicosis, delirios, alucinaciones, desorientación, ansiedad, culpa u hostilidad.
Para aproximarme a que sentían en ese momento, preferí optar por las notas escritas por algunos de ellos previas al acto, así me conectaba con esos instantes finales.
Esta selección me ayudó bastante.
Nota Suicida de John Clifford Baxter
Carol
Lamento mucho esto. Sólo siento que no puedo seguir. He intentado hacer siempre las cosas correctas, pero ahora eso se va de allí donde había un gran orgullo. Te amo mucho a ti y a los niños. Es sólo que no puedo ser nada bueno para ti ni para mi. El dolor es aplastante. Por favor trata de perdonarme
Nota Suicida de Miguel Ángel Quevedo
Querido Ernesto:
Cuando recibas esta carta ya te habrás enterado por la radio de la noticia de mi muerte. Ya me habré suicidado —¡al fin!— sin que nadie pudiera impedírmelo, como me lo impidieron tú y Agustín Alles el 21 de enero de 1965.
Sé que después de muerto llevarán sobre mi tumba montañas de inculpaciones. Que querrán presentarme como «el único culpable» de la desgracia de Cuba. Y no niego mis errores ni mi culpabilidad; lo que sí niego es que fuera «el único culpable». Culpables fuimos todos, en mayor o menor grado de responsabilidad.
Culpables fuimos todos. Los periodistas que llenaban mi mesa de artículos demoledores, arremetiendo contra todos los gobernantes. Buscadores de aplausos que, por satisfacer el morbo infecundo y brutal de la multitud, por sentirse halagados por la aprobación de la plebe. vestían el odioso uniforme que no se quitaban nunca. No importa quien fuera el presidente. Ni las cosas buenas que estuviese realizando a favor de Cuba. Había que atacarlos, y había que destruirlos. El mismo pueblo que los elegía, pedía a gritos sus cabezas en la plaza pública. El pueblo también fue culpable. El pueblo que quería a Guiteras. El pueblo que quería a Chibás. El pueblo que aplaudía a Pardo Llada. El pueblo que compraba Bohemia, porque Bohemia era vocero de ese pueblo. El pueblo que acompañó a Fidel desde Oriente hasta el campamento de Columbia.
Fidel no es más que el resultado del estallido de la demagogia y de la insensatez. Todos contribuimos a crearlo. Y todos, por resentidos, por demagogos, por estúpidos o por malvados, somos culpables de que llegara al poder. Los periodistas que conociendo la hoja de Fidel, su participación en el Bogotazo Comunista, el asesinato de Manolo Castro y su conducta gansteril en la Universidad de la Habana, pedíamos una amnistía para él y sus cómplices en el asalto al Cuartel Moncada, cuando se encontraba en prisión.
Fue culpable el Congreso que aprobó la Ley de Amnistía. Los comentaristas de radio y televisión que la colmaron de elogios. Y la chusma que la aplaudió delirantemente en las graderías del Congreso de la República.
Bohemia no era más que un eco de la calle. Aquella calle contaminada por el odio que aplaudió a Bohemia cuando inventó «los veinte mil muertos». Invención diabólica del dipsómano Enriquito de la Osa, que sabía que Bohemia era un eco de la calle, pero que también la calle se hacía eco de lo que publicaba Bohemia.
Fueron culpables los millonarios que llenaron de dinero a Fidel para que derribara al régimen. Los miles de traidores que se vendieron al barbudo criminal. Y los que se ocuparon más del contrabando y del robo que de las acciones de la Sierra Maestra. Fueron culpables los curas de sotanas rojas que mandaban a los jóvenes para la Sierra a servir a Castro y sus guerrilleros. Y el clero, oficialmente, que respaldaba a la revolución comunista con aquellas pastorales encendidas, conminando al Gobierno a entregar el poder.
Fue culpable Estados Unidos de América, que incautó las armas destinadas a las fuerzas armadas de Cuba en su lucha contra los guerrilleros.
Y fue culpable el State Department, que respaldó la conjura internacional dirigida por los comunistas para adueñarse de Cuba.
Fueron culpables el Gobierno y su oposición, cuando el diálogo cívico, por no ceder y llegar a un acuerdo decoroso, pacífico y patriótico. Los infiltrados por Fidel en aquella gestión para sabotearla y hacerla fracasar como lo hicieron.
Fueron culpables los políticos abstencionistas, que cerraron las puertas a todos los cambios electoralistas. Y los periódicos que como Bohemia, le hicieron el juego a los abstencionistas, negándose a publicar nada relacionado con aquellas elecciones.
Todos fuimos culpables. Todos. Por acción u omisión. Viejos y jóvenes. Ricos y pobres. Blancos y negros. Honrados y ladrones. Virtuosos y pecadores. Claro, que nos faltaba por aprender la lección increíble y amarga: que los más «virtuosos» y los más «honrados» eran los pobres.
Muero asqueado. Solo. Proscrito. Desterrado. Y traicionado y abandonado por amigos a quienes brindé generosamente mi apoyo moral y económico en días muy difíciles. Como Rómulo Betancourt, Figueres, Muñoz Marín. Los titanes de esa «Izquierda Democrática» que tan poco tiene de «democrática» y tanto de «izquierda». Todos deshumanizados y fríos me abandonaron en la caída. Cuando se convencieron de que yo era anticomunista, me demostraron que ellos eran antiquevedistas. Son los presuntos fundadores del Tercer Mundo. El mundo de Mao Tse Tung.
Ojalá mi muerte sea fecunda. Y obligue a la meditación. Para que los que pueden aprendan la lección. Y los periódicos y los periodistas no vuelvan a decir jamás lo que las turbas incultas y desenfrenadas quieran que ellos digan. Para que la prensa no sea más un eco de la calle, sino un faro de orientación para esa propia calle. Para que los millonarios no den más sus dineros a quienes después los despojan de todo. Para que los anunciantes no llenen de poderío con sus anuncios a publicaciones tendenciosas, sembradoras de odio y de infamia, capaces de destruir hasta la integridad física y moral de una nación, o de un destierro. Y para que el pueblo recapacite y repudie esos voceros de odio, cuyas frutas hemos visto que no podían ser más amargas.
Fuimos un pueblo cegado por el odio. Y todos éramos víctimas de esa ceguera. Nuestros pecados pesaron más que nuestras virtudes. Nos olvidamos de Nuñez de Arce cuando dijo:
"Cuando un pueblo olvida sus virtudes, lleva en sus propios vicios su tirano."
Adiós. Éste es mi último adiós. Y dile a todos mis compatriotas que yo perdono con los brazos en cruz sobre mi pecho, para que me perdonen todo el mal que he hecho.
Carta Suicida de Georges Boulanger
Me mataré mañana, incapaz de soportar la existencia sin la mujer que ha sido la única alegría, la única felicidad de mi vida. En los últimos dos meses y medio he luchado por vivir; hoy estoy al límite. No tengo demasiada esperanza de verla otra vez, pero, ¿quién sabe?, al menos me aventuro en un vacío donde no hay más sufrimientos.
Deseo que me entierren (este es mi deseo formal) en la tumba que he hecho construir en el cementerio de Ixelles para mi malograda Marguerite, la cripta que poseo. Mi cuerpo debe ser depositado en el lugar central, justo encima de ella. Y nunca, por ninguna razón, deben ponerme en la cámara más alta. Quiero que su retrato y un mechón de su pelo, que estarán conmigo cuando muera, sean dispuestos en mi ataúd, que será tan similar como sea posible al de mi querida Marguerite, con los mismos caracteres y el mismo estilo, escribid estas palabras:
"Georges, 29 de abril, 1837 – 30 de septiembre, 1891. ¿Cómo he podido vivir dos meses y medio sin ti?"
Carta suicida de Kurt Cobain
Para Boddah:
Hablando desde la lengua de un experimentado simplón quien, obviamente, en algo es un castrado niño quejetas. Esta nota debería ser muy fácil de entender.
Todas las advertencias de los cursos del punk rock 101 sobre los años, desde mi primera introducción a, digamos, la ética de la independencia y la vinculación con la comunidad, han resultado ser muy ciertas. Hace mucho tiempo que no me emociono escuchando ni creando música, tampoco leyéndola, ni siquiera escribiéndola. Me siento increíblemente culpable por estas cosas.
Por ejemplo, cuando estamos tras el escenario y las luces se apagan y el rugido maniaco de la muchedumbre comienza, a mí no me afecta tal como afectaba a Freddie Mercury, a quien parecía encantarle que el público le amase y adorase, eso es algo que admiro y envidio totalmente. El hecho es que no los puedo engañar, a ninguno de ustedes. Simplemente no sería justo, ni para ustedes ni para mí. El peor crimen que puedo imaginar es el de salir a tocar ante ustedes apagado por dentro pero fingiendo estar bien y pretendiendo que aquello me proporciona un 100 % de diversión.
Algunas veces yo siento que tendría que marcar tarjeta antes de salir a caminar por el escenario. He intentado todo para reencontrar mi energía interior (y lo he hecho, Dios, créanme que lo he hecho, pero no ha sido suficiente) Aprecio el hecho de que yo, nosotros, hubiéremos llegado y entretenido a tanta gente. Debo ser un narcisista de esos que sólo aprecian las cosas cuando se van. Soy demasiado sensible. Necesito estar un poco anestesiado para recuperar el entusiasmo que tenía cuando era un niño.
En éstas tres últimas giras he apreciado mucho más a toda la gente que he conocido personalmente y a los fans de nuestra música, pero a pesar de ello no puedo superar la frustración, la culpa y la comprensión que tengo por cada uno. Hay algo bueno en todos nosotros y pienso que simplemente amo demasiado a la gente, tanto, que eso me hace sentir jodidamente triste. El pequeño triste, sensible y desgraciado Piscis. Jesús viejo ¿Por qué no puedo solamente disfrutar esto? ¡No lo sé!
Tengo una mujer divina, llena de ambición y comprensión, y una hija que me recuerda mucho como había sido yo. Llena de amor y alegría, besa a todo el mundo porque para ella todo el mundo es bueno y cree que no le harán daño. Y eso me aterroriza al punto que apenas puedo funcionar. No puedo soportar la idea de que Frances se convierta en una rockera siniestra, miserable y auto destructiva como yo.
Lo tengo todo, todo, y soy agradecido, pero desde los siete años odio a la gente en general. Sólo porque parece tan fácil para ellos alcanzar esa gran comprensión. Sólo porque amo y me duele demasiado la gente. Creo.
Gracias a todos desde lo más profundo de mi ardiente estómago nauseabundo por sus cartas y su preocupación durante los últimos años. Soy demasiado errático ¡un bebe cambiante! No tengo más pasión. Recuerden que es mejor quemarse que apagarse lentamente.
Paz, amor y comprensión.
Frances y Courtney, estaré en vuestro altar.
Por favor Courtney, sigue adelante, por Frances.
Por su vida, que será mucho más feliz sin mí.
Las amo, ¡Las amo!
Carta Suicidas de Virginia Woolf
Carta a su hermana Vanessa Bell.
Querida:
No puedes imaginarte lo mucho que me ha gustado tu carta, pero siento que he ido demasiado lejos en esta ocasión para que pueda volver. Es lo mismo que la primera vez: todo el tiempo oigo voces, y sé que no puedo superar esto ahora. Todo cuanto quiero decir es que Leonard ha sido sorprendentemente bueno cada día, siempre; no puedo pensar que alguien hubiera podido hacer más de lo que ha hecho por mí. Hemos sido perfectamente felices hasta las últimas semanas, cuando este horror empezó. ¿Harás que esté seguro de esto? Siento que le queda mucho por hacer y que seguirá adelante, mejor sin mí, y que tú le ayudarás.
Apenas si puedo pensar con claridad ya. Si pudiera te diría cuánto habéis significado tú y los niños para mí. Creo que lo sabes.
He luchado contra esto, pero ya no puedo más.
Virginia.
Poemas previos al suicidio de Sylvia Plath
" Morir es un arte, como todo.
Yo lo hago excepcionalmente bien.
Tan bien, que parece un infierno.
Tan bien, que parece de veras.
Supongo que cabría hablar de vocación...."
La mujer alcanza la perfección.
Su cuerpo
Muerto porta la sonrisa del deber cumplido,
La ilusión de una necesidad griega
Fluye por los papiros de su toga,
Sus pies desnudos
Parecen estar diciendo:
Hemos llegado hasta aquí, es el fin.
Dos bebés muertos hechos ovillo, serpientes blancas,
Cada uno prendido a un pellejo
De leche, ya vacío.
Ella los ha replegado
Hacia su cuerpo como pétalos
De una rosa que se cierra cuando el jardín
Se endurece y las fragancias sangran
Desde las dulces y profundas gargantas de la flor nocturna.
La luna no se habrá de entristecer,
Allá en su atalaya de hueso.
Tiene, de todo esto, la costumbre.
A rastras crujen sombras negras.
Concluyo que el lugar común en estas cartas es el afán de evasión, la impotencia, el sentir que la vida les quedó grande, deviniendo en un tormento insoportable, un ruido, por tanto, una obsesión por silencio.