Antecedentes Personales
Rodaba 1984, caminaba cantando “Producto de Consumo” del grupo Témpano” y en medio de mi TSU en Electrónica, paso y de pronto entro a mi cine vecino, el Baralt,
No importa que proyectaban, sólo decidí entrar a ver cualquier cosa, lo que fuese, su nombre: Sueños Eléctricos (Electric Dreams).
Una comedia romántica en apariencia muy típica, pero resultó siendo un tórrido triángulo amoroso, entre una joven pareja heterosexual y un computador que accidentalmente desarrolló una gran inteligencia emocional,
Miles, un arquitecto nerd, se enamora de su vecina, una virtuosa ejecutante de violonchelo, Mientras Miles trabaja, el computador ejecuta piezas musicales para enamorar a su vecina, la cual por supuesta imagina que el músico es Miles, cosa que irrita a Edgar, si hasta nombre propio tenía la computadora esta, la cual se “auto educó” observando la TV las 24 horas.
Una escena de esa película, llamada como la pieza que se deja escuchar en ese momento: “El duelo”, podría describirse como un local “contrapunteo” entre los sonidos midis capaz de ser reproducidos en aquella época por Edgar y El chelo de la joven protagonista.
Justamente esa escena, me hizo ver la película 3 veces, aprovechando que era continuado, no fui a clases, y salí como quien recibe una revelación luego de un estado alterado de conciencia: ¡estudiaré cine!
Las novias de entonces, me acercaron previamente a lo que llamaban poesía, supe de Borges y Aquiles Nazoa
Tal vez era la primera vez en esa escena, que detallaba el recorrido de un dolly, que me subía y bajaba con las grúas, que viajaba y volaba en cada plano de esa escena, donde las tomas se me repetían hasta en sueños.
Esto es poesía, me dije, tiene que serlo, siempre que la leía, veía una y otra vez imágenes en yuxtaposición y sentado en ese cine, me ocurría exactamente lo mismo.
Termino mi exigido TSU en electrónica, comienza a trabajar en una empresa de sistemas, me familiarizo con las nuevas tecnologías.
Mientras, leyendo poesía y adentrándome en temas filosóficos, descubro que estas dos herramientas eran mi drenaje, mi escape hacia una búsqueda de una respuesta, la oquedad, eterna oquedad.
Luego de 4 años sin vacaciones laborales, comienzo a disfrutarlas, noté que salí de ese edificio para no volver.
Entro a la Escuela de Cine de Caracas, comienzo a estudiar, módulo a módulo, cada instante noto que ese es mi lugar, mi atmósfera, mi energía.
Trabajo luego en mil cosas mientras me establezco, recepcionista nocturno del Melia Caribe, Taxista, y asistente de cuanta rama técnica exista en el cine.
La oquedad esta vez fue como la certeza de que el cine no me daría para vivir, ¡oh! Mamá tenía razón, era como la música, decía ella.
Rescátame de nuevo poesía.
Concluidos los estudios de cine, y en las pausas dedicadas a asistencias varias en esa área, tomé la decisión de estudiar diseño gráfico, así aprovecharía mis conocimientos en computadoras y habitaría un ambiente más creativo que la electrónica, concluyo la carrera, me especializo en diseño editorial, y termino “depositado” en Editorial Santillana mascullando mi destino, retocando fotos y maquetando libros de manera free lance.
¿Y la poesía?
Era mi refugio, donde divagaba y reposaba, esa ventana de letras que me obsequiaba vívidas imágenes, donde buscaba al que hoy soy, los períodos depresivos no fueron pocos, y es que la poesía, tiene el don o la maldición de descamar, de sensibilizarte, de pensar que la vida no es tal, ni la realidad.
Abandono la editorial, retomo el taxi, ruedo por Caracas de noche, esa es la mejor terapia “desensibilizante”, muerte a diario, violencia a diario, pistolas en la boca, rutina roja y negra, poesía maldita, Rimbaud en cuatro ruedas.
La piel se volvió callo, piel de caimán, alma fría, nuevas alarmas, debía resucitar al descamado, lo extrañaba, era yo.
Vendo el taxi, vuelvo al 100 % a mi vida de cine, con sudor y amigos armo mi productora.
Y ese primer corto “Necesito Silencio” Arrastró una desgracia ajena y una propia, mimetismo de estados paralelos, uno quedó con vida, con y sin piel, conquistó el silencio, maldita poesía.
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